Enlace Judío México.- Algo que la mayoría de los negacionistas no saben, no quiere saber o bien si lo saben buscan desviar la atención y no difundirlo, es de que entre la gran variedad de pruebas y testimonios que existen sobre el hecho histórico del Holocausto -y existen miles- muchos de ellos provienen de los mismos perpetradores de los hechos, además de ciudadanos alemanes de todas las edades y clases sociales.

ALEJANDRO MUÑOZ HERNANDEZ PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

En efecto, aparte de los miles de civiles y militares alemanes habitantes de los poblados cercanos a los campos de concentración y exterminio y que en las últimas semanas de la guerra fueron obligados por los aliados para que observaran con sus propios ojos los horrores del régimen nazi y ayudaran a sepultar los miles de cadáveres abandonados en dichos campos, los primeros jerarcas nazis procesados por crímenes de guerra en Nüremberg -los peces más gordos caídos en manos aliadas- también se vieron obligados a testificar sobre su conocimiento y/o participación en las matanzas.

Como es natural, al principio todos lo negaron, pero conforme comenzaron a ser presentadas las pruebas documentales, los testimonios vivos; tanto de sobrevivientes como de subalternos alemanes de los campos, así como la proyección de los atroces filmes realizados por los aliados en los campos liberados, y otros realizados por los mismos nazis los cuales no pudieron ser destruidos, poco a poco fueron “recobrando” la memoria y a regañadientes tuvieron que admitir la existencia de los campos de la muerte y de las atrocidades cometidas en ellos. Como no podían negar lo innegable, adoptaron actitudes que se harían comunes en los subsiguientes procesos por crímenes de guerra: negar la participación en los hechos, arrojar la culpa sobre superiores ya muertos o en ausencia, fingir desconocimiento de las atrocidades -“yo no sabía nada, los demás sí”-, invocar el principio de obediencia, tan caro a todo alemán -“yo sólo recibía órdenes” y toda una gama de pretextos y falsos argumentos con los que buscaron desesperadamente eludir su propia culpabilidad. Pero ninguno negó abiertamente que haya ocurrido un Genocidio de los judíos europeos a escala masiva; es decir, intentaron en la medida de lo posible negar el conocimiento y en algunos casos, su participación activa en los terribles hechos, arrojando la culpa sobre otros, ya sea muertos o ausentes, pero ninguno negó dichos acontecimientos. Ni siquiera lo hicieron sus abogados. Hubiera sido absurdo y grotesco. Sin embargo, eso es lo que hacen los actuales negacionistas, individuos que no vivieron en esa época y que en su mayoría son ignorantes del atroz hecho.

La cúpula política de la Alemania nazi: los primeros testigos

Algunos de los nazis de primera fila que ante la contundencia de las pruebas tuvieron que aceptar el hecho del Holocausto fueron los siguientes: Hans Frank, el verdugo de Polonia, con lágrimas en los ojos y con un arrepentimiento que podría ser genuino, fue el primer nazi de envergadura en aceptar abiertamente su culpa en los hechos -sus mismos diarios, los cuales no tuvo oportunidad de destruir, lo incriminaban abiertamente-; Hermann Goering, aunque al principio lo negó, tuvo que admitirlo cuando le pusieron enfrente documentos probatorios firmados de su puño y letra -por ejemplo, el famoso memorando que mandó a Heydrich a mediados de 1941, para que activara la “solución final” de la cuestión judía, antecedente directo de la infame conferencia de Wannsse de enero de 1942-, Ernst Kaltenbrunner, sucesor de Heydrich al frente del SD y junto con Goering, el más íntimamente implicado en el Holocausto de los nazis presentes en Nüremberg, sostuvo hasta el final su ‘inocencia’, quejándose de que lo acusaban injustamente, diciendo que “lo condenaban por lo que Himmler había hecho”; Walter Funk, antiguo presidente del Reichsbank, interrogado acerca del por qué entre los valores encontrados por los aliados en dicha institución, se hallaron gran cantidad de piezas dentales de oro y platino -provenientes de prisioneros asesinados en los campos sin duda- en lugar de responder, sólo guardó un elocuente silencio; Albert Speer, el arquitecto de Hitler y amo de la producción bélica en los últimos años de la guerra, no sólo admitió haber utilizado mano de obra esclava proveniente de los campos de exterminio, sino que es célebre por la respuesta que dio al terminar su condena de 20 años en la prisión de Spandau. Interpelado sobre el conocimiento que sus colegas nazis tenían sobre el Holocausto, Speer contestó escuetamente y sin titubear: ‘todos lo sabían’. De esta manera, los mismos nazis de primera fila fueron los primeros en desvelar la terrible trama del genocidio judío. En los procesos que se realizaron, tanto en Nüremberg como en otras ciudades alemanas en los años subsecuentes,-el proceso de los médicos, el de los industriales al servicio del Reich, el juicio a los einzatsgruppen, el proceso de los médicos de Auschwitz, el de los guardianes de este mismo campo, etc.- otros “peces menores” pero igualmente culpables, fueron juzgados y se repitió la misma historia: antiguos nazis negando su participación en los crímenes o arrojando la culpa sobre otros, el consabido “yo no sabía” o bien “yo sólo obedecí órdenes” repetido hasta la saciedad fueron entre otros, los argumentos esgrimidos por los nazis encausados. Pero al igual que en los primeros juicios, jamás se soslayó, ni se negó la existencia de los campos de la muerte y de las actividades que se llevaban a cabo en los mismos.

Los solucionistas nazis frente a los jueces

De aquellos directamente culpables de miles de muertes, hubo quienes confesaron sus crímenes de manera abierta y sin ambages. Rudolf Hoess, ex-presidiario y ex comandante de Auschwitz, se hizo célebre por sus confesiones en las que admitió haber ordenado el asesinato de por lo menos un millón de judíos en aquel inmenso campo. Cuando se enteró de que en los campos se iba a adoptar gas para asesinar a los judíos, expresó con sus propias palabras “confieso sin rebozo que [la adopción de] el gaseamiento me tranquilizó; siempre me horrorizaron los fusilamientos, especialmente de mujeres y niños. Desde que nos ahorramos esa carnicería, me sentí más tranquilo”. Otro jefe SS, el comandante de Treblinka Franz Stangl, solía decir a sus subordinados sentirse orgulloso de “haber supervisado la destrucción de cientos de miles de personas. Es mi trabajo, lo disfruto y me siento realizado”. Otto Olhendorf, gruppenführer SS y antiguo comandante del grupo especial D en el sur de Ucrania, no sólo reconoció haber ordenado liquidar a cerca de 100,000 judíos en el territorio de su jurisdicción, sino que inclusive, durante su juicio, dio escalofriantes detalles de cómo daba instrucciones a los hombres bajo su mando “para asesinar decentemente” a los judíos que caían en su poder y que la culpabilidad de los asesinatos recayera “sobre todos los integrantes del comando y no sobre uno sólo”, para que no se produjeran casos de tortura de conciencia. De esta manera, fue uno de los primeros en sugerir a Himmler cambiar los fusilamientos en masa por medios más expeditivos y humanitarios -humanitarios para los asesinos, no para las víctimas se entiende- lo que daría origen a las ejecuciones mediante gas. Paul Blobel, otro comandante de grupo homicida, también se quejaba “del sufrimiento moral que tenían que arrastrar los verdugos, peor que el que sentían sus víctimas”. Mención aparte merece Adolf Eichmann, Sturbannführer SS y el principal responsable de la Solución Final enjuiciado después de los procesos de Núremberg, quien se hizo famoso por su locuacidad. Durante su juicio en Jerusalén, reconoció haber asistido “sólo como espectador” a diversas “operaciones especiales” (liquidaciones en el argot SS) en Litzmannstadt (Lodz), Lublin y Kulmhof por órdenes de sus superiores. Según sus propias palabras, tales acciones “lo dejaron anonadado”, dando a continuación espeluznantes detalles de los hechos. A pesar de la gran cantidad de información que dio acerca del funcionamiento del proceso de liquidación de los judíos, Eichmann nunca admitió haber mandado asesinar a nadie, ya que según él, sólo se ocupaba de la transportación de los judíos a los campos -es decir, no los mandaba matar, “solamente” los enviaba a morir- cínicamente dijo en su proceso que después de la Conferencia de Wannsee, a la que asistió como adlátere de Heydrich y especialista en “asuntos judíos”, él se sintió según sus propias palabras “…como Pilatos, libre de toda culpa, ya que las atroces órdenes no habían partido de mí, sino de los “papás”, a mí solamente me tocaba obedecer”, de esta manera en su mente era totalmente inocente de los crímenes cometidos. Sin embargo, algunos de sus subordinados, como Dieter Wisliceny, lo habían refutado desde antes, ya que este oficial -quien había sido su mano derecha- reconoció en Núremberg la culpabilidad de Eichmann en los crímenes y añadió que éste inclusive “gozaba” con las liquidaciones y se enfurecía cuando no se conseguía mandar a suficientes judíos a la muerte. Según Wisliceny, en su furor homicida, Eichmann llegó a ignorar lar órdenes de Himmler quien, por motivos políticos, no humanitarios -buscaba un acercamiento con los aliados occidentales, dado el caríz que había tomado la guerra para Alemania a fines de 1944- había dado órdenes de detener las deportaciones de judíos húngaros, lo que enfureció a Eichmann, quien continuó con los transportes de judíos magiares a los campos como si nada, aun pasando por alto las órdenes del reichsführer.

Arrepentidos y testigos ocasionales

Otros alemanes, ya fueran SS o no, enterados de la cruel matanza y pensando en su propia suerte una vez finalizada la guerra, buscaron por todos los medios detener los asesinatos o por lo menos reducirlos. Kurt Gerstein, SS arrepentido, horrorizado por los espantosos detalles de las liquidaciones en Rusia y principalmente en los campos en Polonia, se dio a la tarea de obstaculizar en la medida que pudo los gaseamientos en dichos campos. Después, estableció contacto con diversos gobiernos neutrales y aliados para enterarlos de las matanzas -estableció contacto inclusive con el Vaticano, dando escabrosos detalles de los hechos, pero no recibió respuesta alguna. Hecho prisionero al final de la guerra, fue hallado muerto de manera misteriosa en su celda. El sargento de la wermacht -ejército regular alemán- Hans Jöst, de permiso en Varsovia, dio un “tour” por el gueto armado de su cámara. Por su uniforme se le permitió la entrada y dejo constancia fotográfica de las horrendas condiciones de vida en ese lugar: cadáveres desnudos en las calles, niños famélicos pidiendo limosna, ancianos a punto de morir, gente recargada en las esquinas y tomando fuerzas para poder llegar a su casa, etc. El ingeniero civil alemán Hermann Graebe, comisionado por el Reich en Ucrania para supervisar unas obras para el ejército, fue testigo de una “operación especial” en el pueblo de Dubno, en donde fueron ametrallados casi 5,000 judíos -una bagatela para los estándares de los einzatsgruppen- entre ellos gran cantidad de niños, mujeres, ancianos, bebes de brazos y mujeres embarazadas a los que previamente se les había ordenado cavar su tumba y desnudarse. Arthur Nebe, antiguo jefe de grupo en Rusia y después miembro de la Resistencia alemana en contra de Hitler, también dio espantosos detalles de lo que estuvo “forzado a hacer en Rusia”. A pesar de sus crímenes, tal vez el hecho de oponerse al régimen, le valió una condena a prisión en vez de la pena capital. Otro jefe SS, el doctor Werner Best, comandante de las SS en la Dinamarca ocupada, también obstaculizó en la medida de lo posible las deportaciones de los judíos daneses. Ordenó que se avisara con anticipación a los judíos del país para que pudieran huir a algún país neutral, preferentemente Suecia por la cercanía, y de esta manera los solucionistas se llevaron un chasco y sólo un puñado de judíos daneses fue enviado a los campos. Felix Kersten, masajista y confidente finlandés de Himmler y SS honorario, fue nombrado por el reichsführer mismo su representante plenipotenciario en Finlandia en 1944, para “negociar”, la entrega de los judíos fineses. Kersten, sabedor de lo que les esperaba a sus paisanos judíos, aconsejó a sus compatriotas darle largas al asunto y someterlo a la dieta del Parlamento Finlandés, el cual en tiempos de guerra sólo se reunía una vez al año. Finalmente la “propuesta” de Himmler fue desechada y los judíos fineses se salvaron. Hans Bernd Gisevius, otro SS arrepentido, miembro de la Resistencia Alemana y confidente de Nebe, también dio gran cantidad de detalles de las eliminaciones, las que, según él, lo motivaron a dejar el servicio activo SS y entrar en la Resistencia.

Muertos que hablan y otros que huyen

Otra manera por la cual algunos nazis implicados en crímenes de guerra aceptaron su culpabilidad, fue mediante su muerte voluntaria. Si, como sostienen los negacionistas, los alemanes durante la guerra no cometieron crímenes contra el elemento civil y menos contra grupos específicos como los judíos y en menor grado los gitanos; entonces ¿Por qué gran cantidad de jefes y mandos medianos de las SS, la Gestapo y el SD, entre otros organismos, cometieron suicidio al final de la guerra? ¿A qué le temían, que miedo o preocupación tan terrible les atenazaba el alma, al grado de renunciar a la vida una vez terminada la loca aventura? ¿Por qué cientos y quizá miles tuvieron que huir y esconderse? Empezando por Robert Ley, el “borracho del reich” y jefe del Frente del Trabajo, hecho prisionero al final de la guerra, terminó suicidándose en su celda sabedor que por sus grandes culpas sería condenado sin remedio; el mismo reichsführer SS, Heinrich Himmler, quien a los pocos días de haber terminado el conflicto y ser rechazado por el almirante Dönitz, efímero sucesor de Hitler, huyó disfrazado, con documentación falsa y acompañado por algunos de sus fieles hasta ser descubierto por los británicos, sólo para acabar suicidándose miserablemente ante las narices mismas de sus captores. Quien por órdenes directas del führer, se convirtió en el más grande criminal de la Segunda Guerra Mundial, sabía perfectamente lo que le esperaba si se sometía a la justicia aliada, sabía muy bien que debido a la cuantía de sus crímenes y la enormidad de las pruebas existentes no habría piedad para él. Otros jefes SS, igualmente coludidos en actividades criminales, siguieron su ejemplo. El jefe SD austriaco Odilo Globocnick, antiguo criminal del orden común y uno de los matarifes preferidos de Himmler -lo llamaba “mi querido Globus”-, consciente de que tendría que responder por sus crímenes, también se quitó la vida nada más terminar la guerra; Ernst Robert Grawitz, médico SS y presidente de la Cruz Roja alemana, se suicidó con toda su familia, Richard Glücks lo hizo en compañía de su esposa y Leonard Conti, otro médico SS también se quitó la vida. Otros jefes nazis inmiscuidos en miles de crímenes y que decidieron también terminar con su vida antes de enfrentarse con los jueces aliados fueron los comandantes SS y antiguos jefes de escuadrones homicidas Friedrich Krüger y Hans Prützmann.

Sabían perfectamente que les iban a pedir cuentas por sus “proezas” en las estepas rusas. Años después de finalizada la guerra, otros antiguos criminales nazis también terminaron con su vida ahorcándose. Gustav Wagner se colgó en 1981, en una alejada hacienda brasileña y Hermann Höfle lo había hecho en 1962, en su celda de la prisión vienesa en la que esperaba su juicio por crímenes de guerra. Aquí cabe preguntarse, ¿Todos estos individuos se hubieran suicidado si no hubieran cometido u ordenado homicidios al por mayor? Es indudable que estos suicidios tienen el mismo valor de una confesión de culpabilidad ante los crímenes cometidos. Otros, prefirieron huir y esconderse en diversos puntos del mundo antes de enfrentar a los jueces y a un seguro veredicto condenatorio.

Los historiadores alemanes también hablan

Dejando de lado a los “historiadores” negacionistas, no son pocos los auténticos investigadores teutones que han escrito sobre el tema del Holocausto. Los historiadores alemanes serios que han abordado el Holocausto, ya sea de manera directa a través de estudios profundos sobre esta temática o bien dentro del marco de estudios más generales sobre la Segunda Guerra Mundial, lo han hecho, en la medida de lo posible, de manera objetiva e imparcial, sin apasionamientos ni restricciones de orden ético o moral. De igual forma sucede con los historiadores e investigadores no alemanes que han abordado el tema. En ambos casos, son conscientes perfectamente que sería absurdo e irracional negarlo. Algunas de las obras más conocidas que sobre el tema del Holocausto han escrito los historiadores alemanes son: ‘Anatomía de las SS’ de Martín Broszat, Helmut Krausnick y Hans Adolf-Jacobsen; ‘El Tercer Reich y los judíos’ de Josef Wulff y León Poliakov; ‘Eichmann y sus cómplices’ de Robert Kempner; ‘Alto a la Solución Final’ de Andreas Biss; ‘Las SS y la policía en el régimen nacionalsocialista’ de Hans Buchheim; ‘Gestapo y SD’ de Friedrich Zipfel; ‘La faz del Tercer Reich’ de Joachim C. Fest; ‘El arma SS’, de Walter Goerlitz: ‘Las empresas económicas SS’, de Enno Georg; ‘Las violencias NSS’, de Reinhard Henkys; ‘La orden de la Calavera’ de Heinz Hönhe y ‘El Tercer Reich y sus mandatarios’, de Josef Wulff, entre otras muchas. Si exceptuamos al soviético Poliakov, todos los demás son alemanes y ninguno ha negado la historicidad del proceso del Holocausto, ni la existencia de los campos de la muerte, las cámaras de gas y los hornos crematorios. Junto a los mencionados, otros muchos historiadores, alemanes o no, algunos judíos entre ellos, han escrito sobre el tema. Pero resulta interesante que la gran cantidad de historiadores alemanes serios no sólo no niegan el atroz hecho, sino que buscan difundirlo y perpetuar su memoria, como una especie de catarsis. A pesar de ser alemanes, su ética profesional y la aplastante evidencia de las pruebas, testimonios y fuentes existentes, no les permite negar y ni siquiera minimizar, algo que resulta bochornoso para ellos, su historia y su nación. Pero en sus obras se puede adivinar que de manera a veces sutil, en ocasiones más abiertamente, hacen una diferenciación. En efecto, para ellos, existe una gran diferencia entre el Tercer Reich de Hitler y el Pueblo alemán; entre el negro capítulo del nazismo y la Nación alemana y su evolución histórica.

Conclusión

Los anteriores personajes reseñados, son sólo una pequeña muestra de criminales nazis culpables de cientos de miles de asesinatos y otros testigos de los mismos. Reseñar la totalidad de los jefes, funcionarios, oficiales nazis culpables de crímenes de guerra y artífices del Holocausto Judío o bien de simples testigos involuntarios de los hechos, llevaría realizar todo un volumen de gran tamaño. De entre todos estos antiguos nazis hubo quienes, ante la contundencia de las evidencias presentadas, aceptaron a regañadientes su culpabilidad, muchos -tal vez la mayoría- prefirió arrojar dicha culpabilidad sobre otros, ya muertos o ausentes; algunos, los menos, reconocieron abiertamente sus crímenes y hablaron más de la cuenta para el gusto de sus cómplices; hubo también quienes prefirieron la muerte voluntaria a ser evidenciados públicamente como criminales homicidas y también, por supuesto, hubo cientos -tal vez miles- que prefirieron huir, confirmando de paso con su huida su propia culpabilidad en los hechos.

Pero por increíble que parezca, esto no es suficiente para los negacionistas recalcitrantes. A pesar de la contundencia de las fuentes, los testimonios y las evidencias -provenientes como se ha visto, de individuos que para negacionistas y neonazis deberían ser una especie de héroes- ellos seguirán negando lo innegable, defendiendo su insostenible postura. Parece ser que el destino de los negacionistas es ir por la vida sufriendo una humillación tras otra, ser desenmascarados cada vez que se ponen a polemizar con académicos de verdad, ser desprestigiados públicamente y el ir de caída en caída, de bochorno en bochorno, de ridículo en ridículo.

 

 

FUENTES

Ian Kershaw, Hitler, Los alemanes y la solución final, La Esfera de los libros, Madrid 2009.

Heinz, Hónhe, La orden de la calavera, Plaza & Janes, 1a. ed. en español, Barcelona 1969.

Roger Manvell/Heinrich Fraenkel, SS y Gestapo, en Historia de la Segunda Guerra Mundial, San Martin, Madrid 1971.

William L, Shirer, Auge y caída del Tercer Reich, vol. 2, Planeta, 1a. ed. española, Barcelona 2011.

Michael Thad Allen, Hitler y sus verdugos, Tomo, 1a. ed. en español, México 2006.

Redactores de Time-Life, El Tercer Reich y Hitler, la máquina de la muerte, Time-Life Folio, Madrid
2009.

 

*Historiador