Enlace Judío México e Israel – Un judío común y corriente es una disertación hilarante pero también trágica sobre la identidad, la pertenencia y el destino. Este fin de semana, la temporada de la obra llega a su fin. Conversamos con Alberto Lomnitz y Enrique Singer, directores y actores en funciones alternadas, para saber cómo el texto habla también de sus propias vidas e identidades.

 

¿Qué es el judaísmo? ¿Qué es ser judío? ¿Dónde termina la identidad nacional, étnica, religiosa y comienza la identidad individual? Estas son algunas de las preguntas que la obra Un judío común y corriente entraña y que no siempre encuentran una respuesta categórica.

El monólogo protagonizado por Alberto Lomnitz y Enrique Singer (que alternan roles de director y actor), es un entramado complejo. Un juego de capas y metatextos que envuelve al espectador desde el comienzo en una serie de capas que se van entretejiendo con inteligencia.

Se trata de la adaptación al teatro de una película alemana de 2005, Ein ganz gewöhnlicher Jude, escrita por Charles Lewinsky y adaptada originalmente por él mismo, que luego fue traducida al español por Lázaro Droznes y, finalmente, adaptada al contexto mexicano por Daniel Goldin (lo que constituyó su debut como dramaturgo) y el propio Alberto Lomnitz.

La adaptación puede considerarse una nueva autoría, pues no se trata solamente de tropicalizar la obra para que haga eco en los espectadores mexicanos, sino que incluyó la creación de un personaje adicional, Alberto (cuando es Lomnitz quien lo interpreta) o Enrique (en las funciones en que Singer asume el papel protagónico), quien es un actor mexicano de origen judío que ha recibido un perturbador encargo. Su viejo amigo, el periodista alemán Emanuel Goldfarb, le hace llegar una cinta de video en la que le anuncia su muerte y le pide cumplir con un encargo, una última voluntad: representar una obra de teatro escrita por él: Un judío común y corriente.

A partir de ese momento, el indignado actor en retiro se debate entre cumplir o no el encargo de su viejo amigo, proceso durante el cual, realiza una primera lectura en voz alta de esa enigmática obra, en la que un personaje solitario (el propio Goldfarb) recibe la invitación de un maestro de escuela para que asista a una de sus clases a explicarles a sus estudiantes qué es ser judío.

“Me identifiqué plenamente con el personaje en la lectura, me hice muchas de las preguntas que se hace el personaje, más que nuevas preguntas acerca de mi identidad, creo que lo que más me atrajo de la obra es que expone de manera muy lúcida varios de los sentimientos o ideas que yo mismo he tenido entorno al judaísmo, o de los conflictos que yo he tenido entorno al judaísmo y que yo no había podido expresar de una manera tan clara como lo hace la obra”, dice en entrevista Alberto Lomnitz.

Tanto Lomnitz como Singer comparten la situación del personaje que representan, el actor retirado que debe representar el papel de su amigo muerto, un judío que, como ellos, no es religioso, ni siquiera creyente, pero que debe hablarle a un grupo de niños alemanes sobre su origen, uno marcado por la persecución y el rechazo. Pero, sobre todo, un origen determinado por la duda, tema central de la obra.

Al respecto, Enrique Singer comparte con Enlace Judío su propia visión: “Creo que mi parte judía es la duda. En eso yo coincido con la obra, la duda, estar dudando de todo. Así que efectivamente dudo mucho a veces de la tradición y creo que las tradiciones nos pueden encadenar a pensamientos conservadores, los cuales pueden hacer mucho daño.”

Pero ¿no es la duda en sí una tradición judía? Así lo piensa Goldfarb, quien cita ejemplos hilarantes de esa manía de cuestionarlo todo, tan propia de mentes revolucionarias como los judíos, también seculares, Sigmund Freud y Carl Marx, quienes, según el texto de la obra, se empeñaron en reinventarlo todo, en empezar de cero.

“Creo yo que tampoco se trata de empezar de cero. Ni Freud ni Marx ni nadie empezó de cero, esa es una metáfora de la obra de teatro, y siento yo también que los grandes pensadores de la humanidad no necesariamente son judíos, que en todos los pueblos ha habido grandes pensadores”, responde al respecto Singer, quien además de poseer una larga trayectoria como actor, director y productor, dirige la Compañía Nacional de Teatro.

“Entonces creo que la tradición es bonita porque a veces une a la familia durante un día al año, pero también siento que las tradiciones son peligrosas, así es que me debato constantemente entre uno y otro y digamos que la parte que yo entiendo de la obra y que me parece que tiene razón es el aspecto de la duda, estar dudando de las cosas y en esa dialéctica constante dentro de uno mismo de ‘¿será o no será?’, en eso sí me debato yo y eso no es un problema tradicional y no se si es tampoco un producto de la educación, a mí no me educaron así, así soy, y en ese sentido sí me siento muy judío.”

¿El judaísmo es también una nacionalidad? ¿Es una patria? Alberto Lomnitz, migrante él mismo, hijo y nieto de migrantes, nos arroja cierta luz al respecto:

“Indudablemente, mi identidad judía es una identidad dominante, fundamental en mi vida, más importante que el haber nacido en Chile, haber vivido en Estados Unidos, el ser mexicano… creo que lo que traigo muy arraigado es una identidad de migrante. La migración ha marcado mi vida y más allá de los lugares específicos donde he vivido, el hecho de haberme mudado tantas veces.”

Y es aquí donde el texto que interpreta y su propia vida vuelven a hacer resonancia. En esos orígenes, en aquella Europa antisemita de la que su propia familia tuvo que huir tras sufrir el destino terrible de la familia del personaje de Goldfarb.

“Mis bisabuelos permanecieron en sus países natales y murieron en la Segunda Guerra Mundial, víctimas del antisemitismo, pero mis abuelos fueron la primera generación que migró a América. Pero aún dentro del continente americano, desde mis abuelos comenzaron a cambiar de país, mis padres también y finalmente a mí me tocó, como niño, todavía la cola de esa migración, y ahora desde hace un buen tiempo estamos establecidos en México. A mis hijos no les ha tocado migrar pero pues a mí sí me tocó ser tercera generación de migrantes y creo que eso me marcó profundamente. Claro, migrantes judíos, desde luego.”

Judíos que no observan la religión judía, como tampoco lo hacen Goldfarb ni su amigo, Alberto/Enrique, pero judíos al fin y al cabo. Irremediablemente. Irrevocablemente. Porque “el judaísmo no es una religión: es una desgracia”, ironiza el texto.

A diferencia del personaje principal de la obra, el finado Goldfarb, Alberto Lomnitz no ha tenido que sufrir en carne propia los efectos del antisemitismo. Quizá por eso hubo que adaptar la obra a un contexto mucho más generoso para los judíos que otros países, como quizá la propia Argentina, donde por primera vez se presentó Un judío común y corriente traducida al español.

“Afortunadamente han sido pocas las veces que me he tenido que enfrentar al antisemitismo. No diría que nunca pero no es algo que yo considere que ha sido muy frecuente en mi vida. Lo que sí me he topado mucho es la incomprensión. Eso sí. Y, a ratos, de repente, prejuicios, pero yo no diría que el antisemitismo es un factor que haya forjado mi identidad judía.”

Para Goldfarb, sin embargo, ha sido justamente esa persecución la que le ha dado cohesión al pueblo judío a través de los siglos, a lo largo de un mundo caminado incansablemente por generaciones y generaciones de seres humanos que han hablado diversas lenguas y defendido múltiples ideas.

“Creo que sí es algo muy importante para Emmanuel Goldfarb, el personaje de la obra, el personaje alemán de la obra, y dado que es algo tan importante ese aspecto en la obra, es que Daniel Goldin y yo decidimos, en la adaptación que hicimos de la obra a México, crear un nuevo personaje más que simplemente adaptar (…), el primer impulso lógico a la hora de decir vamos a adaptar esta obra, vamos a tropicalizarla, es decir que se llame Emanuel Goldfarb pero que sea un judío que vive en México, en vez de un judío que vive en Alemania, pero al analizar la obra, justamente muchas de las experiencias que narra Emanuel Goldfarb tienen que ver con el haber crecido en Alemania y con lo que significa eso, con la historia del nazismo, y desde antes del nazismo, con la historia realmente de la judería alemana, que es muy particular.”

Así surgió la idea de crear un nuevo personaje, el actor Alberto/Enrique, judío mexicano al “que le toca interpretar a Emanuel Goldfarb. Y eso permite que por una parte podamos mantener esos textos tan interesantes e importantes sobre antisemitismo y la carga de lo que implica ser un judío alemán hoy en día, hijo de sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial, hijo de sobrevivientes de campos de concentración y, por otra parte, mantener una visión más cercana a lo mexicano, que es lo que presenta el personaje actor.”

Entre ese universo de “lo mexicano”, la adaptación explora nuestra propia identidad nacional. ¿Cómo se ve un mexicano? ¿Cómo se ve una mujer mexicana? Las preguntas sirven para provocar en el público un efecto de autoexamen sobre la discriminación y los prejuicios. México es un país muy racista también, concluye Alberto/Enrique por su lado, mientras realiza su ejercicio de lectura de la obra que habrá de representar, o no, por encargo de su viejo amigo.

 Israel, ¿bendición o condena?

Alemania, México, Chile, Argentina. Más allá de todos los territorios por los que la obra o los actores y directores que la representan  y sus familias han transitado, hay un último rincón del mundo que cobra en Un judío común y corriente una importancia central: Israel, cuya propia pertinencia y papel en el mundo se cuestiona en la obra.

“Creo que un ejemplo (…) es el último fragmento de la obra, donde habla acerca de su relación con Israel y de por qué es tan molesto que en una reunión se nos pregunte como judíos que opinemos acerca de lo que está sucediendo en Israel (…) es una cosa que siempre causa incomodidad porque siempre hay una implicación de que finalmente, como dice la obra, de que Israel es mi verdadera patria, no México,” nos comparte Lomnitz.

Para Singer, “la verdad es que he coincidido mucho con la respuesta que da la obra de teatro. El Estado de Israel, por un lado, es un estado solitario, rodeado de enemigos. Por otro lado, también, pues es cierto que la creación del propio Estado de Israel cambió la geopolítica del lugar y lo hace muy complejo; yo, en verdad, no me siento suficientemente capacitado para enjuiciar y dar un punto de vista objetivo y claro y realista de la situación de Israel. Lo he discutido pero siempre gana la pasión. Entonces, no me gusta discutir mucho porque pocas veces aprendo algo de las discusiones, normalmente se defienden puntos de vista ya asumidos de antemano y así es muy difícil. Entonces, es un tema del cual no hablo mucho.”

Después de hacer que el público ría y reflexione, objetivos centrales de nuestros entrevistados, Un judío común y corriente desata, en el final, sentimientos profundos, arraigados en esa vieja oración, el Kadish, que leemos los judíos durante el duelo. También quienes, como Lomnitz, nos asumimos como ateos.

“Sí he dicho el Kadish por familiares. Este año, hace algunos meses, murió mi madre y por su puesto que hicimos shivá y rezamos el Kadish todos los días.

En ese momento literalmente desgarrador, las preguntas sobre la identidad y sobre la duda, sobre la discriminación y la ignorancia, sobre la religiosidad y el pensamiento crítico encuentran en la obra una salida tangente: la emocional, la del encuentro primitivo del individuo con su colectividad, encarnada en un texto: “Itgadál veitkadásh shméh rabá. Bealmá di vrá jirutéh veiamlíj maljutéh…”

Este domingo 1 de diciembre, en el Foro Lucerna de la colonia Juárez, en la Ciudad de México, se presentará por última vez en la temporada Un judío común y corriente. También se develará una placa conmemorativa, con Arcelia Ramírez y Joaquín Cosío como padrinos. Si alguna vez te has hecho las preguntas que atormentan a Emanuel Goldfarb, o simplemente quieres presenciar una interpretación brillante de un texto emotivo y luminoso, se trata de una cita inaplazable.

 

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